martes, 4 de marzo de 2008

La cita (E.Golott-2005)



Camina lento y taciturno. Su mirada al piso y su espalda encorvada. Supongo que por el peso de la vida más que del cuerpo. No sonríe. Siempre tiene el ceño fruncido y la agriedad enmarca su rostro; lo he visto sonreír en contadas ocasiones, pero eso ha sido como un soplo de viento en su cara, rápido, fugaz, sin ganas.

Que tristeza me da verlo. Llego a su encuentro. El no tiene la capacidad de alegrarse al verme, sólo un pequeño atisbo de satisfacción. Si, creo que solo eso siente cuando me ve. La satisfacción de saber que siempre acudo a su llamado y que aún (a pesar de los años) caigo derramada a sus enormes pies como el agua pura y cristalina que se le ofrece para que él beba y se reconforte.

Me pregunto si alguna vez habrá notado en mis ojos la ansiedad intensa de mi ser que grita en silencio lagrimoso la impotencia de no poder tocar por un segundo esa fibra de sensibilidad que “dicen” todos tenemos.

No creo que se dé cuenta, su egoísmo no le permite ver más allá de lo que a él le preocupa o le interesa.

Nos sentamos frente a frente. Yo ansiosa de obtener de él una mano sobre la mía con ternura. Pero no. Sigue impávido ante mí y comienza: problemas en el trabajo, los problemas con los suyos, sus deseos de hacer cosas nuevas, sus angustias, sus preocupaciones, en fin, todo lo que le presenta la vida y que no puede remediar solo. Es tanto lo que habla de sí que no se detiene, ni por un momento, en mirar que frente a él hay una persona que solo espera que le digan: “te extrañé”…. Oigo en plácido silencio su relato: asiento con mi cabeza lo que considero correcto y niego, también en silencio, lo que no me parece bien. Ya no le respondo. Nunca me escucha. ¿Notará la presencia de quien lo ha acompañado por años en éste mismo encuentro?

Corren las horas. Nada nuevo, Siempre igual, lo mismo. La tarde cae calurosa y agotadora sobre nosotros. Nos miramos, es decir yo lo veo y él me mira.

Y con una seña cómplice y aprendida con el tiempo nos decimos que debemos despedirnos. Un abrazo furtivo y un beso al aire.

Cada uno por veredas diferentes. Yo me voy con su voz en el corazón diciéndome: que luego me llama. Ese “luego” pueden ser días, semanas…El sigue su camino sintiéndose bien por que estuvo con la mujer que según él “ama” ¿sabrá lo que es el amor?. Yo camino con la cabeza en alto, sintiéndome igual que siempre… por que estuve con el hombre que según yo” amo”. Yo sí se lo que es el amor.



Gracias, por compartirlo. Me gustó mucho.

Adolfocanals@educ.ar

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