Las trillizas se asomaron a la cuna de su hermanito recién nacido.
- ¡Qué feo es!
- ¡Y qué pequeño!
- ¡Y no habla!
Para observarlo más de cerca, metieron las tres sus manos entre los barrotes y lo levantaron, sujetándolo por la nuca. Quedó suspendido en el aire como un saquito.
El bebé rompió a llorar estrepitosamente. La madre acudió, meciéndolo en sus brazos, desde el otro extremo de la casa.
- ¡Les he dicho mil veces que no pongan al hámster en la cuna!
Adolfocanals@educ.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario