jueves, 24 de abril de 2008

Primeras causas.


A menudo, la gente se vale de su impunidad para tirar gratuitamente basura por la calle, dejando en el camino objetos tales como papeles de golosinas o vacíos paquetes de cigarrillos. A menudo, también, surge la impotencia de los que van atrás, mirando cómo esa maldita costumbre, tristemente arraigada en la comunidad, obstaculiza el sendero de la esperanza transformándolo en el de la desolación.

Ante estas circunstancias, los moralistas pertenecientes a ciertas sociedades de fomento no dirigen su atención hacia los transeúntes de traje y corbata, principales accionistas de la mugre, sino que acechan a los indigentes que comen de las sobras que otros han dejado, compartiéndolas con cada uno de sus sus perros y soportando la injuriosa presencia de las moscas.

Uno de ellos fue víctima de una prepotencia innecesaria, originada en el confuso sentir de las personas que ignoran adónde se hallan las primeras causas.

- Señor...Usted, sí. Oiga, está juntando basura. Vaya a otro lado, acá no, la ciudad tiene que mantenerse limpia. Le repito: no junte basura -, dijo un hombre que se le acercó con barbijo y guantes.

El indigente, indignado, lo tomó del cuello, con sus manos rugosas y sucias, sus ojos desorbitados y llorosos, su dentadura incompleta y sangrienta.

- A mí me tiraron en el mundo y nunca nadie me vino a juntar.

Luego lo soltó sin apartarle la mirada. Así se echó en una escalera, dispuesto a hacer la digestión.

Diógenes... diría que, en determinadas situaciones, hay personas que añoran la paz de ser ignoradas una vez que dejan de serlo.

adolfocanals@educ.ar

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