Desde Salta a Venezuela...
La vida se le había acumulado en el fondo de un bolsillo de su camisa, en el lado izquierdo muchas veces parecía crecer un volcán en erupción, que dejaba fluir grandes cantidades de lava.
Ella no sabía qué hacer con eso que parecía una herida brutal y cada vez que el volcán estallaba derramando fuegos, corría a una sala de emergencias, le hacían importantes costuras al bolsillo y así tiraba unos días, hasta que aquello cicatrizaba y todo parecía volver a la normalidad.
Un día de esos que en el aire no hay perfumes de flores silvestres y que el smog se deja masticar entre los dientes, sintió una cosquilla imposible de soportar donde siempre tenía el volcán en erupción y maldijo aquella condena, pensó desesperado que debía correr a que le hagan los arreglos de rutina, antes que la lava entre a derramarse y lo deje con los ojos huecos como siempre sucedía.
Se puso su saco negro, se lo abrochó bien hasta arriba, para que nadie la viera correr con aquél peso que lo atormentaba.
Agotada llegó a la parada del micro, se desplomó en el primer asiento libre que vio y ya se daba cuenta que no llegaba a la emergencia, su bolsillo ardía de una manera insoportable, pero esta vez también sentía que ese fuego le caminaba, le danzaba sobre la herida, era como una danza índia, como una rebelión de pies pequeñitos que giraban sobre un surco, como hormigas asesinas que lo estaban devorando y no salían de allí.
Entonces disimulando se abrió el saco pensando en arrancar aquél estorbo con sus manos y con mucho cuidado miró su bolsillo y lo que vio la tuvo fascinada el resto del día, lo dejó extasiada con la mirada perdida entre aquello que veía bailar sobre su pecho y los cristales del micro, que mostraban una ciudad ajena, indiferente y fría.
No le importó, sabía que no iría nunca mas a emergencias, que nunca más andaría con el bolsillo cosido, sabía qué hacer con aquellas hormigas negras multiformes, que saltaban reclamando su mirada.
Y ahí nomás, sacó de su maletín un block de hojas, dibujó con una lapicera aquellas hormigas impacientes y perpetró su primera audacia, su primer hijo todo de letras.
Al término de aquella hazaña, se miró el bolsillo, ya no ardía, del volcán sólo quedaban cenizas, respiró profundo y se le dibujó una sonrisa.
Supo que de ahora en más, con aquello que le quemaba por dentro, haría poesía.
adolfocanals@educ.ar
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