Tomándola entre sus manos, con toda su fuerza, la abrazó contra su pecho, y éste gesto la reconfortó en su soledad. Sintió en el alma el calor del contacto, algo parecido a un rayito de sol en mayo.
El corazón casi se le derrite de ternura, y unas lágrimas, excesivamente ardientes, escaparon de sus ojos; y fueron, tal gotas de lluvia.
Tras restablecerse de su momentánea debilidad, se atusó el pelo, y con el dorso de la mano, secó los estragos de la salina lluvia en su semblante. Luego, un tanto avergonzada de su proceder, cariñosamente la depositó sobre el cubrecama.
…Y allí quedó la muñeca de trapo, impasible, con la mirada ciega de sus iris de vidrio, ajena al efímero bien que había obrado...
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