viernes, 9 de mayo de 2008

Sol naranja.


De este lado, el frío se empezaba a sentir.

Un frío de esos que calan los huesos y no hay abrigo que pueda con él, porque viene escalando por dentro, desde algún lugar roto y sin arreglo.

Del otro lado, la tarde se escapaba con sus manos llenas de corazones rotos y la noche por aquí se iba haciendo dueña de todo. Se iba metiendo en el bolsillo las ganancias del día, iba acomodando las sillas revueltas, doblando las penas que encontraba tiradas, guardándolas en los cajones de siempre, bajando persianas, cerrando miradas, los ojos buscándose a tientas, cayendo sin paracaídas sobre suelos embarrados.

Y a medida que la noche avanzaba de este lado, las manos de una tarde cualquiera huían como un prófugo, repletas de corazones destrozados por una avenida que conducía al otro lado del cielo. Y allí al final, donde terminan de mirar los ojos, prepararon una hoguera brutal con todos los pedazos listos para arder.

El sol les masticó la melancolía que tenían y se los tragó.
Esa tarde yo vi explotar un sol repleto de un amor hecho de pedacitos encontrados.
Un amor armado como un puzzle, con retazos de corazones perforados, olvidados, perdidos, muertos de frío.

Un sol dueño de un naranja encendido, tan intenso, que todos pensaron que en el horizonte había un gran incendio y sacaron fotos para no olvidar nunca aquél atardecer en el que el cielo ardía de amor.

Tanto fuego y sólo eran corazones rotos, inofensivos, de esos que parecen que ya nunca van a dar calor, ni abrigo.

adolfocanals@educ.ar

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