
Pinocho era un niño que siempre decía la verdad, y cada vez que lo hacía le crecía un poquito más la nariz.
Tan sincero llegó a ser y tanto llegó a alargarse su nariz, que hacía cosquillas a los que lo rodeaban.
A más centímetros de nariz, más cosquillas. Esto, que al principio hizo cierta gracia, con el tiempo llegó a convertirse en un auténtico incordio para el entorno de Pinocho, quien, apesadumbrado, no alcanzaba a entender por qué con su simple nariz podía tocar tantas narices y además al mismo tiempo.
Pero Pinocho creció. Despacito, pero se hizo mayor.
Comenzó a comprobar, atónito, cómo a cada centímetro que la altura de su cuerpo ganaba, perdía una verdad. Y cada verdad perdida iba acompañada de la pérdida de un centímetro en la longitud de su nariz.
Los que rodeaban a este nuevo Pinocho, menos molesto con sus cosquillas que el de antaño, empezaron a respirar tranquilos.
Cuando Pinocho se quiso dar cuenta tenía la nariz del tamaño de un lenteja.
Ya no llamaba la atención por su tamaño nasal a los que lo rodeaban.
Aunque, eso sí, para entonces, Pinocho, todo él, era ya de madera.
adolfocanals@educ.ar
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