sábado, 28 de febrero de 2009

Poesía & Cuentos matemáticos.


Número 8

El orden tan metódico de los números
Irresistibles como inexistentes
Dependen de las cosas para ser, prácticos
Mueren donde muere su originalidad
Uno más ya esta de más y lo transforma
Número ocho que sos nada escrito con palabras
Número 8 que sos expresando en tu ser
Invertido al revés mi infinito que te contiene,
Mis manos te escriben una y otra vez...
Te vivencio, y de todos los números de conjuntos infinitos
Que tan únicos son
El más ambiguo es 

888888888888888888888888888888888888888888888888888


Florecia
Salta-Argentina
palabrassigilosas.blogspot.com

Aquellos 7  sabios de Grecia

Los siete sabios de Grecia eran conocidos –en Grecia, claro- además de por sabios, que lo eran, por lo que de práctico tenía su sabiduría. Y es que además de ser tiranos, políticos, estadistas, legisladores y reformadores sociales eran, por si fuera poco, famosos por sus aforismos y sentencias, es decir por sus frases estudiadas y meditadas con las que pretendían guiar la conducta de los hombres.

A los siete sabios se les suponía una gran sabiduría porque para eso eran sabios. Y todos en su época decían que se les recordaría perpetuamente, aunque solamente uno de ellos, Tales de Mileto que además era el único matemático de los siete, ha pasado a la posteridad para que sigamos recordando y estudiando su obra como muestra de que las matemáticas son inmortales (de Mileto).

A Tales de Mileto la Historia le impuso la injusticia del orden alfabético al confeccionar la lista que incluía a los siete sabios. El tiempo ha demostrado que la lista se ha invertido pasando el último a ser el primero en el respeto y la admiración de los humanos que le hemos seguido desde entonces hasta ahora. Así la lista que ha llegado a nosotros a través de los siglos, con el injusto orden alfabético mencionado, es la siguiente:

Bias de Priene: Eminente político griego y famoso legislador.

Cleóbulo de Lindos: Tirano de Lindos, en la isla de Rodas.

Periandro de Corinto: Tirano, como su nombre indica, de Corinto, isla famosa por sus pasas. Se dice de él que reglamentó y humanizó el régimen de trabajo de los esclavos. Bajo su mandato Corinto conoció una duradera prosperidad.

Pitaco de Mitilene: Estadista que intentó restringir el poder de la nobleza dando más protagonismo a las clases populares.

Quilón de Esparta: Político que militarizó la vida civil de los espartanos dando a la juventud una educación castrense.

Solón de Atenas: Legislador y reformador social.

Tales de Mileto: Matemático, filósofo, geómetra, ingeniero y político dotado de una gran sabiduría práctica y poseedor de una ingente cantidad de conocimientos.
Aquel día Tales de Mileto estaba especialmente feliz. Habían elegido una de sus sentencias para grabarla en el frontón del templo de Apolo en Delfos. Y allí estaba Tales viendo como los escultores retiraban los andamios después de dejar grabada para la posteridad su sentencia: “Conócete a ti mismo”.

Tales había invitado a la inauguración de la sentencia a sus colegas sabios y allí estaban todos menos Solón de Atenas y Bias de Priene. Y cuando se estaban preguntando qué podría haberles pasado aparecieron jadeando colina arriba hasta llegar a la puerta del templo donde los otros cinco le esperaban.

-Pero bueno, queridos colegas, ¿Qué ha pasado que venís tan agitados?

-Casi nada –contestó Solón- que yo, mucha fama de sabio y Bias me engaña como a un cretense, que todavía no podemos decir como a un chino ya que aún no sabemos que existe China.

-¿Qué te ha pasado? –preguntó Tales.

-Explícamelo tú, que para eso eres matemático: Bias y yo teníamos que recorrer una distancia de 50 kilómetros. Teníamos un caballo que marchaba a 10 km/h pero sólo podía llevar a uno. 

-Pues vaya caballo –dijo Tales, sonriendo.

-Sí, qué le vamos a hacer, pero no teníamos otro. Pues bien, yo caminaba a razón de 5 km/h y Bias a 8 km/h. 

-¿Y eso? –preguntó Cleóbulo de Lindos.

-Es que Bías es más joven que yo –contestó Solón- Así que, decidimos turnarnos andando y cabalgando. Cada uno ataba el caballo a un árbol tras su cabalgada, para que lo recogiera el otro, y continuaba a pie. De esta forma llegamos a la mitad del camino al mismo tiempo y descansamos media hora. Después repetimos la misma combinación para llegar simultáneamente al final del trayecto. Y como estoy hecho un lío, pregunto: ¿A qué hora hemos llegado a nuestro destino si salimos a las 6 de la mañana? O sea, ¿qué hora es? –preguntó Solón después de plantear el problema.

Todos iban a consultar sus relojes de arena de bolsillo, menos Pitaco de Mitilene que lo llevaba sujeto a la muñeca con una correa de cuero convencido de que era un invento con futuro, cuando Tales exclamó:

-¡No! ¡Quietos! Ya que son tan sabios, ¿Por qué no intentan resolver la historia como un problema?

-Hombre, porque yo, por ejemplo, soy más tirano y sabio que matemático, y a mí los cálculos, la verdad… -reconoció Periandro de Corinto, y añadió- Pero, en cambio, ayer se me ocurrió una sentencia agudísima, escuchad: “Los placeres son mortales, las virtudes inmortales”.

-¿Y a qué viene eso? –preguntó Bías de Priene, aún agotado por el cansancio de la caminata.

-No, si yo era para que vieran que, a pesar de que no se me den bien las matemáticas, también quiero que se me considere sabio.

-Pues a mí se me acaba de ocurrir otra sentencia –dijo Cleóbulo de Lindos- escuchen:

 “Ocupémonos de comportarnos bien con el cuerpo y con el alma”.

-Pues a mí se me ha ocurrido otra… -empezó a decir Solón.

-Y a mí otra… -dijo Quilón.

-Y a mí… -gritó Pitaco.

-Y a mí… -exclamó Bías.

-¡Un momento, por favor!

Todos se volvieron al escuchar la llamada de atención del extraño que, saliendo del templo, se dirigía sonriente al grupo.

-Soy Quinótides, profesor de geometría y estoy atascado en un problema. Así que me he dicho: si estos señores son los siete sabios de Grecia pues bien me podrían echar una mano. Así que ahí va el enunciado del problema que me tiene loco: “Dadas dos circunferencias concéntricas trazamos una tangente a la interior que cortará a la exterior en 2 puntos. La distancia entre cualquiera de estos puntos y el punto de tangencia es 1 m. ¿Puedes hallar el área de la corona circular que determinan las dos circunferencias?” 

-Bueno, es facilísimo –dijo Cleóbulo.

-Realmente sencillo –añadió Solón.

-Pero fácil, fácil –indicó Quilón.

-Una tontería –observó Bías.

-Muy simple –aseguró Pitaco.

-Elemental, elemental –señaló, muy pedante, Periandro.

-Muy bien –dijo el profesor de geometría, y preguntó: -Pero, ¿cual es la solución?

-Bueno, yo es que ahora no tengo tiempo porque estoy puliendo una sentencia preciosa –se disculpó Quilón, a ver si os gusta: “Que tu lengua no se adelante a tu razón”. Y se despidió de Tales para bajar hacia el centro de Delfos mientras disimulaba fingiendo estar abstraído en la elaboración de una nueva sentencia.

Los demás, al ver como su compañero se quitaba el problema de en medio le siguieron fingiendo estar ocupadísimos en pensar sentencias que era a lo que se dedicaban, fundamentalmente, todos los sabios menos Tales.

-“Si eres adolescente aplícate en la acción, si eres anciano en la sabiduría” –¿a que está bien esta sentencia? –le preguntó Bías a Periandro dándole un codazo.

-Sí, pero la mía es mejor –dijo Pitaco- escuchad: “No cuentes tus proyectos, porque si fracasas se reirán de ti”.

-Y que me decís de esta: “Cuando hayas aprendido a obedecer, sabrás mandar” –dijo Solón.

-Pues anda que esta: “En las ocasiones buenas no seas orgulloso y en las malas no te humilles” –dijo Cleóbulo mirando hacia atrás para ver la cara de estupor del profesor de geometría.

-Y además “Sé previsor en todas las cosas”, así que ya sabes “Es mejor morir con dinero ahorrado que vivir necesitado” –añadió Periandro.

-¡Eh, un momento! Eso no vale. No se pueden decir las sentencias de dos en dos -saltó Solón.

-¿Y por qué no?

-Pues… no lo sé; pero en Atenas somos muy sentenciosos y no presumimos de ello. Yo tengo un montón de sentencias que pasarán a la Historia y no voy por ahí diciéndolas de dos en dos.

-Más tengo yo y tampoco voy presumiendo de ellas. Tengo patentadas lo menos 200 sentencias –dijo Pitaco.

-¡Y yo 300! –exclamó Bías.

Y así, discutiendo quién era el que más sentencias había creado llegaron al mesón en el que habían quedado para celebrar la sentencia de su colega Tales de Mileto, recién grabada en el frontón del templo. 

Y allí seguían discutiendo y gritando “Y yo más, y yo más” cuando entraron Tales y Quinótides contentos de haber resuelto el problema de las dos circunferencias concéntricas.

-¿Qué tal, mis queridos colegas? Ya veo que seguís dándole vueltas a sentencias y apotegmas pero yo me pregunto, ¿no tenéis curiosidad por saber el resultado del problema de las dos circunferencias? Pues vais a tener vuestro justo castigo. Escuchad: las autoridades de Delfos, para festejar la grabación de mi sentencia en el templo de Apolo nos invitaban a éste ágape. Y he dicho “nos invitaban” porque les he propuesto que donen el dinero para que erijan un estatua al auriga vencedor de la próxima carrera de caballos que espero que sea más rápidos que el de Solón y Bías. Seguro que esta escultura se hará famosísima y se la conocerá como “El auriga de Delfos”.

-¿Y quién pagará el ágape? –preguntaron los seis sabios al unísono.

-El último en resolver este problema, tomad nota e intentad resolverlo por separado: “Tales intercambió los dígitos de un número de 3 cifras de modo que ningún dígito quedó en su posición original. Después restó el número viejo menos el número nuevo y el resultado fue un número de 2 cifras que es cuadrado perfecto. Hallar todos los resultados que pudo obtener Tales”.

-Pero… -iba a pretextar Cleóbulo.

-Pero nada. Mucha sentencia mucha sentencia y no eres digno de ellas. Vamos a ver, Cleóbulo, tú mucho decir “La moderación es la cosa mejor” y eres un inmoderado que abusa de la comida y la bebida y de otros placeres que el decoro me impide nombrar. Y tú no te rías, Solón ya que predicas que “Nada en demasía” y estoy viendo que se te ha ido la mano en el vino. Y tú lo mismo Quilón, que mucho decir “Cuando bebas guárdate de hablar mucho, pues cometerás faltas” y veo la jarra de tinto que ya está vacía a tu lado. Y tú, Pitaco, mucho decir que “Devuelve lo que se te haya confiado” y aún me debes 80 monedas de plata desde hace dos años. Y a ver si prestas atención, Bías, que tu sentencia preferida es “Se un oyente complaciente” y no nos estás haciendo ni caso. Y no digamos Periandro que de tanto repetir “El descanso es cosa buena” no pega golpe en casa, que me lo ha dicho su mujer. Así que, calladitos y a trabajar. Vamos.

Tales dio dos sonoras palmadas como punto final a su largo y acusador parlamento y sirvió dos copas de vino para él y para su amigo Quinótides, mientras observaba cómo sus colegas, avergonzados, empezaban a hacer sus cálculos aterrados ante la posibilidad de tener que pagar la cuenta que seguro que como en el problema, ascendería a un número de tres cifras.

-Está bien esto de las sentencias –dijo el profesor de geometría.

-Ya lo creo. Además, mis seis amigos sabios y yo estamos muy contentos ya que a finales del siglo IV a. de C., más o menos, Demetrio de Fáleros, que será discípulo de mi discípulo Aristóteles, recogerá todas nuestras sentencias para que pasen a la posteridad y se puedan leer hasta por Internet.

-¿Y en qué trabajas ahora, querido maestro?

-Pues acabo de determinar el número exacto de días que tiene un año y un método infalible para que los marinos se guíen a través de la Osa Mayor.

-¡Qué maravilla! –exclamó Quinótides.

-Pues eso no es nada; ahora estoy muy entretenido con sacar adelante un teorema que se llamará, por supuesto, El Teorema de Tales, que para eso lo estoy inventando yo. Es que aquí hay que ponerle tu nombre a todo, que luego cualquiera de estos –y señaló a sus seis colegas que se devanaban los sesos tratando de resolver el problema- se lo adjudica. Aunque mi problema mayor es el agua ya que “El principio original de todas las cosas es el agua, de la que todo procede y a la que todo vuelve”. Y el mesonero que nos ha servido este vino debe de estar de acuerdo con este principio, porque tienes que reconocer que está bautizado en exceso. Así que vamos a otro mesón a ver si encontramos mejor vino y a lo mejor, con suerte, mejores sabios.

Y Tales y Quinótides salieron del mesón dejando a los seis sabios enfrascados, y no como el vino, precisamente, en otra discusión ya que ninguno avanzaba en la resolución del problema del número de tres cifras.

Nota: Demetrio de Fáleros cuenta también que ninguno de los seis sabios logró resolver el problema, así que, maldiciendo a Tales, decidieron pagar la cuenta del ágape a escote.

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