
Si, como yo, son fans de Mafalda,
sabrán de qué vamos hablar hoy si les digo que se trata de aquello
que más odiaba Mafalda ...
Así es, voy a hablarles de la sopa.
En particular, de porqué soplamos sobre ella para que se enfríe.
En esencia la sopa no es más que agua caliente.
Por tanto, el problema es bien simple.
Por un lado tenemos el plato de agua líquida, encima está el aire
y el vapor humeante que sale del plato.
Es claro que este vapor no es más que agua en estado gaseoso.
¿Cómo es que se escapan del plato?
Para entenderlo debemos recurrir a algo que ya dijo hace más de dos mil años un griego llamado Demócrito:
el universo no es otra cosa que átomos y vacío, y todo se explica mediante el movimiento incesante de esos átomos por el vacío.
Y es que todo está en constante movimiento.
Es más, lo que nosotros llamamos temperatura no es otra cosa que
una medida de la agitación de las moléculas que componen la sopa.
Cuanto más caliente esté, más rápidamente se mueven.
Y claro,
aquellas que se mueven cerca de la superficie pueden llegar a adquirir la velocidad suficiente para escapar de las débiles fuerzas intermoleculares que las mantienen ligadas al líquido elemento.
Así el vapor, caliente y más ligero que el aire,
se eleva como si fuera un globo aerostático.
Ahora bien.
No todas tienen la velocidad necesaria para escapar y algunas de las que lo consiguen,
chocan contra las moléculas del aire que están encima de la sopa y vuelven al plato.
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