martes, 10 de agosto de 2010

Desigual.


Mientras las divisiones acorazadas avanzaban, los indígenas se removían azorados y cautos esgrimiendo sus armas de puntas de sílex.

No sabían bien si ir hacia adelante o retroceder.

Se avecinaba un combate desigual. Los pobladores no sabían cómo iba a manifestarse el invasor.

Éste apenas se movía o, si lo hacía, se desplegaba sigiloso y efectivo.

Los nativos no veían grandes movimientos del enemigo en ciernes.

Pero cada vez los tenían más próximos. Todo era irregular.

El empaque del adversario.

La naturaleza de su impedimenta.

El carácter de su armamento.

Esto confundía a los aborígenes y les agotaba en su propia tensión.

Cada vez que se movían tratando de rodear las máquinas éstas cambiaban de táctica y les rodeaban a ellos.

Resistieron un tiempo en esa actitud defensiva y heroica.

Padecieron grandes penurias y el extremo desquiciamiento fue mermando su resistencia.

Algunos no llegaron a ver la rendición.

Se libraron al menos de la nueva época de sumisión que iba a transformar la vida de la aldea.

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