viernes, 6 de agosto de 2010

Simplemente ... Soy yo.

Ningún sueño viene después del sueño.

Ningún sueño en sí, es un sueño completo.

Allí estábamos todos, excepto los que faltaban: Nadie.

Aún resonaban sus voces como enjambres de abejas que el viento paseaba por los valles, por las praderas, y por cada uno de los recuerdos que nos mantenían vivos.


Nadie en ese instante pudo sentir lo que yo sentí.

Ver lo que yo vi, vivir lo que yo viví.

De tal forma que todos quedaron muertos con mis ojos vivos; y mis ojos, que aún soñaban, habían despertado.

Una noche de noviembre.

Una mitad del mundo soñaba.

La otra hacía ría, pero en silencio.

Yo esperaba la hora;

La hora de los lazos y las cobijas, los llantos y las sonrisas.

Yo esperaba nacer, nacer por siempre y vivir.

Pero la noche, el día, los ojos que se clavaron en mi rostro,

no lo permitieron, no me dejaron yacer:

¿Quién habrá nacido ese día que no fui yo?

¿Quién es ése que no conozco y me distingue,

Que no le hablo y me responde?

Mi voz pasó a ser humo, mi alma se volvió ceniza, y los sueños que tenía quedaron siendo sueños, única y estrictamente sueños.

Pero él vive, es una realidad.

Vive en mí y no soy él.

Nació por mí y me resigné a él, pero no soy de él,

soy el que soy y él que vino a preguntar.

Soy yo.

La vista perdida en la mirada azul,

la sombra ungida en el vientre de la noche

y la sonrisa que se estrena en cada llanto que tiene nombre a silencio.

La vastedad del tiempo y la cotidianidad que se quiebra como espejo.

Los sentires que se esconden detrás de un instante soñado.

El sabor de las mañanas y el color de los crepúsculos.

Simplemente ... Soy yo.

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