domingo, 17 de noviembre de 2013

aquella Eterna partida (II). Peón. (31752)


Se sintió sólo en medio del tablero.
Frente a él, un impresionante ejército negro había quedado reducido tanto como el blanco. Tras de él sentía el aliento de los suyos. 
Flanqueándole, la nada, el vacío, los huecos dejados por sus compañeros caídos en la batalla. Se sintió pequeño, muy pequeño en aquella llanura cuadriculada que ya olía a muerte y desolación.

Una figura relinchante y oscura le miraba de forma amenazadora, tan sólo disuadido en su afán de aniquilarle por el picudo y nacarado alfil que en su diagonal le protegía con su vida.

Desde la retaguardia, surgió el eclipse. Una inmensa mole negra como un abismo sin fondo se colocó frente a él y lo miró fijamente. 

Su cuerpo adoquinado y sus movimientos rectilíneos, su cabeza coronada por las impresionantes almenas y su esbelta y robusta figura le infundieron el temor que le faltaba para ponerse a temblar ante la amenaza de una muerte cierta.

Pero de repente, sintió una ola de luz que se acercaba tras de sí. 
Las figuras negras frente a él alzaron la vista ante la majestuosa presencia que se colocó a su lado y que le envolvió en su manto de protección, desafiando al tablero entero con un rugido amenazador.
 Embelesado, miró hacia arriba con esperanza y devoción.


-Vamos, mi valiente peón, tenemos que llegar al final de sus líneas y vengar a nuestros compañeros.
Un fuego en su interior le recordó a sus amigos caídos en la batalla. 
Y desapareció el ejercito negro ante sus ojos; sólo existía un pasillo que le llevaba al final de la cuadrícula, jaula de su existencia. 

Mientras avanzaba, sentía como sus compañeros caían a ambos lados en un intento desesperado por protegerle, por llevarle escoltado hacia su destino, que también era la esperanza de todos.
 A lo lejos vió a su Reina caer mientras le lanzaba un guiño de complicidad...

Y llegó al final del tablero, sintió como su pequeño cuerpo de peón se expandía de regocijo y clamaba sed de venganza. 
Un fulgor inmenso explotó dentro de él y observó, esta vez desde su posición elevada, que el ejército negro temblaba ante él.

Todo el mundo, por pequeño que sea, puede hacer algo grande.

El temeroso pero aguerrido peón era ahora la nueva Reina Blanca.