domingo, 25 de enero de 2015

Älex y Sofía.


-¿Tú crees en los ángeles?
-No.
-¿Y en las brujas?
-Tampoco.
-¿Y en los elfos?
-¡Menos!
-¿Y en Dios?
-No.
-¿No crees en nada?
-Mis padres dicen que no debo creerme nada de lo que me cuenten. Sólo tengo que creerles a ellos. Sólo puedo creer lo que veo. Y no he visto nada de lo que has dicho.
-Pues mis padres dicen que crea y tenga fe. Que le haga caso a mi imaginación. Que es lo mejor que tenemos. También me dicen que no deje de ser una niña nunca.
-Mis padres piensan que todo eso es una tontería.
-Entonces… ¿Tampoco crees en los Reyes Magos?
-Ya te he dicho que no creo en nada.
-¿Ni en el Ratón Pérez, ni en las hadas ni en los cuentos?
-¡Qué no!
-Pues vaya aburrimiento. Si no crees en nada de eso, no puedes ponerte en los lugares donde viven las hadas o los ángeles. Y si no puedes hacer eso… tampoco puedes jugar.
-Sí que juego, pero juego a cosas distintas del resto de los niños.
-¿Ah sí? ¿Y a qué juegas tú?
-Pues juego a ser abogado o juez. También juego a ser un hombre de negocios como mi padre. ¿Nunca has jugado a nada de eso?
-No… yo prefiero leer un cuento y luego jugar a la historia de ese cuento. Por ejemplo, si leo un cuento de príncipes y princesas, jugamos todos mis amigos. Las chicas somos las princesas que estamos raptadas en las mazmorras de una gran torre que la guarda un maligno dragón. Los chicos son los fuertes guerreros que luchan contra el dragón y le dan muerte para poder rescatarnos.
-¿Y para qué te molestas en jugar a esas cosas si eso jamás os servirá de algo y nunca podrá ser real?
-¿Y quién dice que no pueda serlo?
-Yo.
-¿Y quién eres tú?
-Pues… un niño.
-Mentira. Tú no eres un niño. Tú eres un adulto en el cuerpo de un niño.
-Eso no es verdad.
-Si fueras un niño, te gustaría jugar a cosas absurdas como tú las llamas. Y creerías en todas esas cosas que creemos los niños. Y no te preocuparía si lo que estamos jugando nos servirá de algo o no. Simplemente jugarías, como hacen los niños.

Álex y Sofía se quedaron callados después de esa conversación. Sofía estaba enfadada con los padres de Álex porque por su culpa, Álex había crecido demasiado rápido. Álex, simplemente, echaba de menos ser un niño. Aunque sólo tuviese ocho años.