sábado, 23 de enero de 2016

¿Ciencia ficción?... de Bueyes Perdidos


No recuerda ni siquiera vagamente como llego ahí, solo se encontró en una posición incomoda, pero que sabe cómica si hubiera habido algún testigo para disfrutarla, dolorido, casi diría consciente de su cuerpo por el dolor de cada articulación, las laceraciones y la angustia anidada en su plexo solar a causa de no tener la menor idea de quien es y que demonios hace entre las ruinas y los cadáveres.

Vistazos de su pasado comienzan a invadirlo dolorosamente, el ruido de armas de fuego dialogando de esa manera tan particular y sobre todo tan mortal que tienen, lo frenan en seco sacándolo de su inesperada y abstraída remembranza. Retrocede, la oscuridad desolada a su espalda se le ocurre más saludable que la veteada de hogueras y disparos visibles al frente. 

Siente el hambre y la sed acompañándolo, retrocede con cautela y se coloca en una especie de grieta casi bajo una roca, revisa la desvencijada mochila que inconcientemente aferra con fuerza, la temperatura es baja, pero el suelo y el reparo lo abrigan en cierta forma. Hace un pequeño pozo en la tierra seca sin demasiada dificultad, coloca el jarro de aluminio en este y lo cubre con la bolsa de nylon que encontró, la sujeta con piedras en los extremos y una en el centro donde ha hecho un pequeño orificio. 
Ahora a tratar de dormir y ganarle a la sensación de sed y al hambre…

El agua con un poco de tierra, obtenida durante la noche con el precario aparato, se le antoja como el néctar de los dioses de la antigua Grecia, aunque insuficiente, se le ocurre que algo de ambrosía no le vendría mal tampoco, el hambre no lo ha abandonado, quizás sea el momento de acercarse a la población insinuada durante la noche por los escombros y aquellos...

Las fantasías y sueños de su infancia se vuelven palpables en los suburbios de la ciudad, sonríe recordando como imaginaba por entonces el fin del mundo, claro, en las películas, musas de su propias fantasías, siempre había algo que comer, y la gente era amable, eso ultimo aun no lo sabia, pero los disparos de la noche lo hacían dudar. 

Ahora no vivía una fantasía, la sed había vuelto y el hambre seguía apretando, la cautela competía con la ansiedad de igual a igual, sin embargo su instinto de supervivencia compensaba con creces su inexperiencia en fines del mundo, Apocalipsis o como gustara llamarlo; mientras jugaba con esas palabras la idea de radiación lo embargo con una nueva angustia, aunque algo en su interior le dijo que no era ese el motivo del olor a muerte que el viento proveniente del mar, le acercaba.

Las extrañas gaviotas sobrevolaban la ciudad no el mar, pero en un escenario patas para arriba, de carreteras partidas, árboles en grotescas posiciones, una costa desconocida, y un castillo de naipes desparramado y repetido por donde se mire, nada sorprende ya, pero no son gaviotas, claro, por eso no están en el mar, son carroñeros, han sentido también el olor a muerte pesado, dulzón y pegadizo, muerte.

Sobre lo que ha sido un transporte de pasajeros, metido en la cinta asfáltica por la que circularía, un cartel de ubicación lo trae a la realidad, su memoria de repente acomoda sus fichas, los casilleros de su cerebro, el viejo juramento Hipocrático llena de vida su vocación y su cuerpo, claro, las vacaciones, la ciencia ficción y los misterios, el prometido viaje a las líneas y sus alrededores, a ver si el mismo descubría lo que nadie mas pudo, confirmar el diseño por seres de otro mundo de ellas, pero no, algo mas común lo encontró, algo que conoció en su San Juan natal, los años de estudio y especialización en La Plata borraron los rastros y los arcaicos recuerdos de su consciente, pero ahora, con las fichas en su lugar lo recordó todo, aferra con mas fuerza la maltratada mochila y apura el paso hacia la ciudad. 

Un medico no ha de sobrar en la catástrofe, mas viendo las consecuencias del sismo que lo sacudió como nunca la tarde anterior, definitivamente algo podrá ayudar, o acaso no es esa su vocación…

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