miércoles, 3 de febrero de 2016

La palabra deseada... Bueyes Perdidos.


 Una mujer, me dijo que yo decía lo que la mujer quería escuchar, en desacuerdo le respondí que solo era una cuestión de sensibilidad.
 Un hombre puede tener toda la intención de decir eso, lo que la mujer quiere escuchar, con el fin de ganársela, de halagarla, de homenajearla, lo que sea, pero no deja de ser una cuestión de sensibilidad.

Si se carece de la sensibilidad de percibir, de sentir, una mínima parte de la mujer, la mejor de las intenciones de acercarse a ella con palabras, naufraga en la niebla de las diferencias. 
Las diferencias entre el hombre y ella son sutiles pero reales, manejamos sensaciones, sentimientos y sensibilidades de manera diferente por que nuestros roles son apenas diferentes. 

Alguna vez me reía de quienes decían saber todo de ellas, pensando que la mejor manera de saber si tenían razón era escuchar a la mujer que los acompañaba hablar con otra, alguna vez preste atención a esas charlas y aprendí a atender, a observar y sobre todo a no decir que sé lo que pueda creer saber.

Tampoco digo que hablamos de seres absolutamente diferentes, eso seria una falacia, pero seria poco serio afirmar que no hay por lo menos mínimas diferencias, las hay desde lo visual sin ir más lejos, así que presuponer lo contrario ni siquiera cuadra en la lógica.

Sería, en lo personal, incapaz de decir que conozco a la mujer, no tengo semejante soberbia, solo me dejo envolver y disfruto de lo que percibo de ellas, brindo de mi parte lo que puedo dar y me permiten dar y de la misma manera recibo. 

Si no existiera cierta sensibilidad eso no seria posible, cada uno de nosotros, hombres, seguiríamos aferrados a nuestra propia idea de cómo debemos comportarnos o que es lo que ellas siquiera insinúan esperar, esa sensibilidad es lo que nos permite, en mayor o menor medida, compartir nuestras vidas con cierto éxito.

Quizás este delirando o quizás sea un sabio, no lo se, lo cierto es que soy absolutamente conciente que la mujer me honra eligiéndome y no soy yo quien la “conquista”. 

Cuando ellas nos abren el corazón muchos tenemos al ceguera y soberbia de pensar que somos lo mejor que pudo pasarles en su vida y lo cierto es que ese privilegio habremos de ganárnoslo día a día, si no, esa dulce puerta, se cerrara indefectiblemente y la soledad del amor no correspondido es de las peores, todos seguramente la hemos conocido y nadie quiere vivirla.

Nuevamente agradezco la existencia de las mujeres y nuevamente agradezco con humildad a toda aquellas que han representado o representan algo en mi vida, ¡brindo por eso!

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